Vistas de página en total

domingo, 29 de enero de 2012

CUANDO FEBRERO RONDA POR SAN LÁZARO

En la silla, colocadas como si fuesen el ajuar de una novia, las galas
tradicionales de las mujeres: las medias de lana con racimos de uva; las
enaguas de hilo fino y encajes; la camisa de lino de doble puño, el rodao o el
manteo de paño burdo con sus picados en vistosos colores; el mandil de seda, la
faltriquera para la cintura y la cinta para el pelo.

Y la pandereta engalanada con lazos, esperando que despierten sus sonajas
para que Zamora entera cante con nosotras. Más allá, extendido, el mantón
bordado, con los flecos recién planchados y sus flores de seda anunciando
fiesta y baile, pregonando que un año más es tiempo de Águedas.

En una caja de madera, los collares de coral, los relicarios, las calabazas
y la medalla de plata con la santita. La misma que colocamos en sus pequeñas
andas en las vísperas de la fiesta, cuando ponemos a sus pies un jardín de rosas
antes de sacarla por las calles de su barrio en procesión y rezarle nuestras
cosicas, como le han rezado las
lazarinas cada 5 de febrero encomendándole su buena salud.

No es una procesión de penitencias ni rigores ni martirios, que esos los
recordamos con los sermones de la mañana. Es la procesión de la alegría, la de
las panderetas y los cánticos, la de los cohetes y las loas, marcando el paso
de jota bajo las andas para que baile la santa con nosotras, al son de la
flauta y el tamboril, que son los latidos, los sonidos de nuestra tierra.

Después, el reloj que no quiere despertarse, las sábanas abrigan pero no se
pegan, porque esa noche es una noche especial, descontando las horas, igual que
descuentan los niños el tiempo para que lleguen los Magos de Oriente para
desembocar en esa madrugada mágica. Es ya 6 de febrero. Nos esperan las
hermanas.

El frío de la mañana en las mejillas, las calles desperezándose, aún a
medias de poner, con los rigores del invierno sobre los empedrados. Rumor de
panderetas en la puerta de la iglesia, febrero rondando; la palma dorada con su
remate tricolor de lazos; las gargantas frías recibiendo la bendición de los
porrones, el calor de los abrazos, todas las sonrisas del mundo.

Antes, en el día de la santa, nos hemos visitado de casa en casa,
celebrando las mayordomías, el reencuentro de año en año, recibiendo a las
nuevas hermanas y echando de menos a las que ya no están con la sonrisa en los
labios, un brindis perpetuo por ellas, bollos blancos y naranjas de mano en
mano.

Ellas. Aquellas mujeres valientes que en su día se saltaron lo
políticamente correcto para perpetuar la tradición de honrar a la santita de
Catania, como si sus voces aún resonasen en nuestras voces, porque ellas nos
legaron el tesoro de sus coplas, su presencia bullanguera por las calles de
Zamora. Porque nosotras somos las herederas de la alegría. De su alegría.

Nosotras somos las Águedas de Zamora. Las Águedas de San Lázaro. Las más
revoltosas, las más cantarinas. Las que vienen por la cuesta de La Morana. Las
que inundan la ciudad con sus picardías inconfundibles, con el orgullo de la
estirpe de aquellas mujeres que se saltaban las normas sociales y rompían el
mandamiento de la pata quebrada para salir a las calles a espantar las penas y
cantar con la voz única, eterna, profunda, de la libertad.

Ésto, y esos lazos invisibles que nos tienen unidas de por vida, es lo que
celebramos cada 5, 6 y 7 de febrero. Ésto es lo que significa ser Águeda de San
Lázaro. Que no es vestirse a la manera tradicional, ni salir a las calles a
hacer demostraciones de folclore ni de talleres de bordado. Que no es un
cachondeo de amigas, ni un Carnaval por adelantado.

Ésto y la memoria de Romana, de Martina, de Isabel, de Pilar, de María, que andará poniendo patas arriba el paraíso de la buena gente, incansable, inagotable, siempre sonriendo, puro
nervio, pura energía.

Nosotras somos Águedas. Somos mujeres. Somos hermanas. Somos cofrades.
Somos amigas. Y nos queremos. Y nos echamos de menos cuando alguna nos falta. Y
rezamos a nuestra manera cuando una de nosotras sufre. Y nos reímos de la vida
juntas, y también lloramos juntas si hay que llorar. Y cantamos bajo la ventana
de Lucía recién despierta porque en sus ojos se adivina el futuro, porque ya cantaba en el vientre de su madre y porque en su mirada veo la de todas las pequeñas águedas que ahora asoman al
mundo y crecen a nuestro lado.

Y nos respetamos, cada una a su aire, cada una con sus toques y sus manías,
con sus bendiciones, con el regalo que es disfrutarnos, compartir tanto. Vivir.

Así lo celebramos cada año en el nombre de Santa Águeda y así se lo
transmitimos a nuestras hijas, a las niñas que mañana serán mujeres y
descontarán el tiempo cuando febrero ronde sobre el tejado de San Lázaro y
coloquen en la silla, junto a la cama, como un ajuar de novia, las galas
tradicionales de las mujeres.

GRACIAS a todas por estos más de veinte años. GRACIAS por tantas cosas que
escribo y por las que me guardo. GRACIAS por tanta vida.

Os quiero.

ANA PEDRERO

1 comentario:

  1. Preciso, Ana; cómo lloré ayer cuando me lo enviaste, y el detalle que más me emocionó fue que hablaras de mi Lucía, como te acordabas de cuando le cantamos en su ventana.

    ResponderEliminar